Gestación por mujeres en muerte cerebral: ¿dónde está el límite?

Andrea Gutiérrez García, Universidad de La Rioja y Ana Cuervo Pollán, UNED – Universidad Nacional de Educación a Distancia

Ana Smajdor, investigadora y profesora asociada de la facultad de Filosofía de la Universidad de Oslo, ha publicado un artículo en una revista de prestigio en el que defiende la pertinencia de que las mujeres en muerte cerebral sean utilizadas para gestar.

Sostiene que esta opción es comparable a la decisión que algunas personas manifiestan en sus testamentos vitales o en sus documentos médicos cuando expresan que desean ser donantes de sus órganos. Y que, en consecuencia, no hay motivos para que dicha capacidad no se aproveche en estas pacientes, siempre que hayan consentido antes de encontrarse en esa circunstancia.

Esta posibilidad, dice, ayudaría a parejas heterosexuales en las que la mujer tenga problemas para llevar a cabo un embarazo; personas homosexuales y hombres solteros o, simplemente, a cualquier mujer o pareja que desee descendencia genéticamente propia, pero sin asumir las vivencias y riesgo que conlleva la gestación y el parto.

¿Es igual que una donación de órganos?

Sin embargo, la postura mantenida por la autora exige una reflexión más profunda. En primer lugar, comparar la donación de órganos al uso de una mujer en muerte cerebral para cumplir los caprichos reproductivos de terceros parece impertinente. Mientras que los órganos se donan para salvar vidas, aquí se utilizaría y cosificaría a una persona para cumplir un deseo, en absoluto determinante para el bienestar de terceros y mucho menos para salvaguardar sus vidas.

En segundo lugar, parece atrevido que la autora proponga la utilización de hombres en muerte cerebral para gestar proponiendo sus hígados como el órgano previsto para dicha función. No ha sido posible replicar un útero artificial con éxito, por más que se ha intentado en las últimas décadas, siendo su legitimidad ética un tanto cuestionable.

Por todo ello, conviene, más allá de señalar lo excéntrico y estrambótico de la propuesta, un análisis ético que, ciertamente, se puede seguir apoyando en algunos de los contraargumentos que la autora previó en tanto no los resuelve en absoluto.

Así, cabe señalar que, aun cuando esta práctica fuera exitosa en el útero de las mujeres en términos de gestación y maduración de una nueva criatura, efectivamente se está instrumentalizando a una persona clínicamente muerta. ¿Cómo es posible asumir que las mujeres sean utilizadas como objetos reproductivos incluso tras su muerte cerebral? Pareciera que estamos ante el hecho de alargar la “vida útil” de las mujeres en tanto sujetos a los que oprimir y objetos a los que explotar, mediante la cosificación y explotación de sus cuerpos, incluso después de su muerte.

No todo es admisible

¿Cómo admitir que un individuo utilice a otro en tales circunstancias para satisfacer un deseo? El patriarcado, en esa metaestabilidad descrita por Amorós, es capaz de sacar partido de cualquier situación que padezcan las mujeres en todos sus extremos: en sus versiones duras, acomete su represión sexual y en sus versiones postmodernas se aprovecha de la hipersexualización femenina.

En la cuestión reproductiva, ya no solo toma a mujeres pobres para gestar o expropiarles sus óvulos, eligiendo entre ellas a las reproductoras más jóvenes, sanas, fértiles y capaces; de la enfermedad y de la muerte también obtiene beneficio: el de utilizar a las mujeres en tanto materia inerte que usar sin los límites que exige la mínima autonomía que conservan las mujeres vivas que también son explotadas reproductivamente.

¿No debería alertarnos la temeridad de “jugar a ser dioses” en la frontera entre la vida y la muerte? La escuela de Frankfurt, tras el horror del Holocausto, ya reflexionó que no todo lo técnicamente posible es humana y éticamente deseable. Es natural que la ciencia investigue cómo mejorar nuestra calidad y tiempo de vida, curando enfermedades y aumentando nuestra salud gracias a sus avances. Sin embargo, ni gestar ni tener descendencia mejora la salud ni las condiciones vitales de nadie y, en consecuencia, utilizar a personas en muerte cerebral para la satisfacción de la voluntad de terceros resulta moralmente execrable.

¿El uso de la ciencia debe poderlo todo? A nuestro juicio la potencialidad de la ciencia es celebrable en tanto mejore la calidad de la vida humana, de nuestra salud, dentro de los límites naturales de nuestra especie. Sin embargo, no es bueno, ni necesario, ni progresista que una mujer sea utilizada para gestar tras su muerte, pues en nada le beneficia y por el contrario recibe un trato cosificante, instrumental y, en consecuencia, indigno.The Conversation

Andrea Gutiérrez García, Profesora Ayudante Doctor. Psicóloga especialista en intervención multidisciplinar en violencia de género, Universidad de La Rioja y Ana Cuervo Pollán, Doctoranda en el programa de Filosofía de la UNED, UNED – Universidad Nacional de Educación a Distancia

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.