Por Adán Pérez García, investigador del Grupo de Biología Evolutiva UNED
En la actualidad Niger es una región africana cubierta por la arena del desierto. En el centro de ese país se identifica un área denominada Gadoufaoua, nombre tuareg que podría traducirse como “el lugar al que los camellos temen ir”, lo cual es indicativo de las condiciones extremas que allí se dan. Sin embargo, hace unos 110 millones de años, en la última parte del Cretácico Inferior, Gadoufaoua presentaba un aspecto radicalmente diferente. Allí abundaban diversos linajes de reptiles, entre ellos varios grupos de dinosaurios y una gran diversidad de cocodrilos, pero también tortugas. De hecho, los restos de tortugas son muy abundantes, incluyendo numerosos huesos de las extremidades y placas aisladas del caparazón, pero destacando algunos ejemplares por su excelente preservación, entre los que se encuentran esqueletos parciales y caparazones completos.
En la actualidad se identifican dos grandes grupos de tortugas, con un origen común que se remonta al Jurásico, hace más de 150 millones de años. Uno de ellos es, con diferencia, el más abundante en nuestros días. Se trata de Cryptodira, al que pertenecen todas las tortugas terrestres y marinas actuales, pero también la mayoría de las formas de agua dulce. El otro grupo es el de las tortugas pleurodiras, actualmente sólo representado por algunas especies de agua dulce, que viven en regiones intertropicales. Las pleurodiras son tortugas extrañas, caracterizadas por la presencia de cuellos muy largos, que doblan en el plano horizontal para ocultar la cabeza dentro del caparazón. Su distribución geográfica tan restringida es debida a la necesidad de habitar en climas muy cálidos. Así, en momentos con condiciones climáticas globales mucho mayores que las actuales, como por ejemplo las que se dieron en el último de los periodos dominados por los grandes dinosaurios, es decir, durante el Cretácico, estas tortugas vivieron en la mayoría de los continentes, siendo las más abundantes en los ríos y costas de Europa.
El origen de las familias actuales de Pleurodira, así como de otras actualmente extintas pero estrechamente relacionadas con ellas, se produjo en el gran continente que englobaba, entre otros, a las actuales Sudamérica y África. Y es precisamente en la región africana de Gadoufaoua donde se identifican los principales indicios sobre el origen de los grupos modernos. Aunque hace cuarenta años se reconoció una relativamente alta diversidad de tortugas a partir de los fósiles provenientes de Gadoufaoua, estos animales apenas habían sido objeto de estudio. Una de las principales líneas de investigación que desarrollamos en el Grupo de Biología Evolutiva de la UNED es aquella relativa al análisis de las faunas de tortugas pleurodiras europeas. En la búsqueda de su origen, varias décadas después, he podido retomar los estudios sobre las tortugas de Níger.
Los resultados son sorprendentes. Así, el estudio de antiguas colecciones pertenecientes al Museo Nacional de Historia Natural de París ha permitido describir una nueva especie de tortuga, Francemys gadoufauaensis: “la tortuga de France que habitaba en el lugar al que los camellos temen ir”, cuyo nombre rinde homenaje a la investigadora francesa France de Lapparent, quien publicó los primeros datos sobre estas tortugas. La pequeña nueva tortuga es identificada tanto por ejemplares adultos, de no más de 20 cm de longitud del caparazón, como por otros juveniles, de menos de 5 centímetros. Tras ser desenterrada en el desierto, y pasar décadas aguardando para ser estudiada, Francemys arroja importante información sobre el origen de las pleurodiras modernas, un exitoso linaje que ha sobrevivido durante más de 100 millones de años, y con el que, aunque suele pasar desapercibido, actualmente compartimos el Planeta.