A lo largo de la historia, la naturaleza ha servido como modelo de inspiración para multitud de artistas, pero también para una gran cantidad de científicos e ingenieros, que han encontrado en esta un modelo del que partir en su trabajo. Y no es para menos. Al fin y al cabo, la naturaleza no es más que un compendio de errores y aciertos aleatorios que han moldeado el mundo en que vivimos. De esta forma, Gustave Eiffel estudió por ejemplo la estructura del fémur humano para poder diseñar la famosa torre parisina o, en un plano más mundano, George Mestral se inspiró en las puntas de los cardos para inventar el velcro.
Pero esta estrategia no es aplicable solamente al diseño de estructuras o nuevos materiales, sino que hoy en día se continúa empleando en el desarrollo de nuevos fármacos. Un ejemplo de esto es el uso que le da el grupo de la profesora Rosa M. Claramunt, de la Universidad Nacional de Estudios a Distancia (UNED), a la cúrcuma en el tratamiento de las enfermedades neurodegenerativas. Pero para poder entender la relación entre ambos elementos, cabe profundizar en la naturaleza de estas enfermedades.
La mayoría de las dolencias de tipo neurodegenerativo, como el Alzheimer, el Parkinson o el Huntington; comparten una serie de rasgos comunes. El primero y más evidente es la degradación del tejido neuronal. En todas estas enfermedades tiene lugar una muerte acelerada de las células del sistema nervioso, hecho que deriva en la pérdida de las funciones motora y cognitiva del paciente. La segunda gran característica que une a todas estas enfermedades es el hecho que las causa: la generación de una serie de especies tóxicas producidas por aglomerados de proteínas.
Estas placas de proteínas, que no se encuentran en los cerebros sanos, funcionan como fuentes de compuestos extremadamente tóxicos que, si no son eliminados, provocan la muerte del tejido neuronal. Por lo tanto, un modo de tratar las enfermedades neurodegenerativas es la eliminación de estas placas. Y es en este punto donde entra en juego la cúrcuma o, más específicamente, la curcumina.
La curcumina es un colorante procedente de la cúrcuma, muy común en la cocina india. Es de hecho este compuesto el que le da el color característico amarillo intenso al curry, por ejemplo. Pero más allá de sus usos culinarios, la característica más interesante de esta molécula es que es capaz de evitar la formación de las placas proteicas que se forman en el tejido neuronal. Así, este compuesto podría servir para el tratamiento de las enfermedades neurodegenerativas, si no fuese por dos grandes inconvenientes: no es prácticamente soluble en agua y no lo podemos absorber fácilmente por vía oral. En consecuencia, difícilmente podrá llegar al tejido cerebral para evitar la formación de los aglomerados de proteínas.
En este punto es donde empieza el trabajo de los químicos. Partiendo de una molécula que, por su propia estructura, presenta tanto una serie de ventajas como de desventajas; el trabajo del químico es aplicar los cambios necesarios en ella para conservar –o incluso mejorar- los beneficios que aporta, eliminando sus inconvenientes. Y este es precisamente el trabajo que ha llevado a cabo el grupo de la profesora Rosa M. Claramunt con la curcumina.
Tal y como han publicado recientemente en la revista OpenAcess Molecules, el Grupo de Investigación Sistemas Supramoleculares Bioorgánicos de la UNED se ha inspirado en la estructura molecular de la curcumina para generar 14 nuevos compuestos, que han sido capaces de estudiar llegando a una serie de conclusiones muy interesantes. Tal y como muestra el estudio citado, mediante la aplicación de pequeñas modificaciones estructurales, este grupo de investigación ha conseguido sintetizar una serie de compuestos que mejoran las propiedades de la propia curcumina: no solo son más solubles en agua que el compuesto que ha servido de inspiración, sino que incluso presentan mejores propiedades neuroprotectoras. Según los propios autores, estos nuevos compuestos “dan la posibilidad de iniciar un estudio químico más profundo”, con lo que el siguiente paso es el inicio de los estudios biológicos con el fin de probar su actividad terapéutica potencial frente a las enfermedades neurodegenerativas.
Este estudio se ha realizado en colaboración con científicos de la Universidad Complutense de Madrid, así como del Instituto de Medicina Molecular Aplicada de la Universidad CEU San Pablo.