Una naturaleza sana, la única defensa contra las pandemias

Se cree que todo comenzó en diciembre de 2019. La comunidad científica hacía tiempo que lo venía anunciando y a pesar de ello no nos ha cogido preparados. En apenas unos pocos meses de lucha contra la COVID-19, con más de 3000 millones de personas confinadas en el mundo y los sistemas de salud colapsados, hay voces que claman que esta pandemia cambiará la forma de vivir y de trabajar. Pero, ¿será eso suficiente para evitar la llegada de nuevas amenazas?

Las epidemias no son un fenómeno novedoso, siempre han formado parte de la vida humana y de ellas hemos salido reforzados en conocimiento y hábitos de conducta e higiene. La literatura se hace eco de estos dramas humanos en libros extraordinarios como «La peste» de Albert Camus o «Ensayo sobre la ceguera» de José Saramago. El cine de ficción tampoco ha dejado de alertarnos de la posibilidad de una pandemia que afecte a la población mundial. Entre las mejores muestras inspiradas en virus reales se encuentran la norteamericana Contagio (2011) basada en el virus de Nipah, propagado desde los murciélagos de la fruta a los cerdos domésticos en Malasia, y la coreana Virus (2013) inspirada en el virus de la gripe aviar. En ellas podemos ver el impacto de una sociedad globalizada en la expansión de la enfermedad, medidas de confinamiento, modelos de transmisión y nuevos hábitos de conducta que mucho tienen que ver con la realidad que estamos viviendo. Pero la COVID-19, producida por el coronavirus SARS-CoV-2, ha batido todos los récords incluidos los de la ficción.

Las enfermedades infecciosas emergentes, más allá del drama que supone la pérdida de vidas humanas, son también una gran carga para la economía global y para los sistemas de salud pública. Su aparición se debe a una concatenación de hechos desencadenantes, pero si la causa raíz no es identificada y erradicada, por muchas acciones paliativas que se implementen, tarde o temprano el fenómeno se volverá a repetir.

Decía Arthur Conan Doyle por boca del personaje de ficción Sherlock Holmes que “Es un error capital teorizar antes de tener datos. Sin darse cuenta, uno empieza a deformar los hechos para que se ajusten a las teorías, en lugar de ajustar las teorías a los hechos”. En el caso de las enfermedades infecciosas emergente no ha habido tal error, los esfuerzos para identificar los nuevos eventos (métodos de diagnosis y de vigilancia más eficientes) han permitido crear una amplia base de datos: solo entre 1940 y 2004 se reportaron en el mundo más de 330 nuevas enfermedades en humanos. Del análisis de esta información se desprende que la tendencia general de estos «eventos» ha aumentado significativamente a lo largo del tiempo, alcanzando su máximo en 1980 con la aparición de nuevas enfermedades asociadas a la pandemia del SIDA (HIV).

Fuente: Marcelo Regalado | Infobae

La mayoría de los patógenos involucrados en estas nuevas enfermedades y registrados en la base de datos son bacterias que han desarrollado resistencia a los antibióticos y solo un 25 % corresponden a patógenos virales o priónicos (proteínas que son agentes infecciosos como en el caso de las vacas locas). Además, la mayoría (70%) de estos patógenos proviene de una fuente animal no humana (patógenos zoonóticos) muchos de los cuales tienen su origen en la vida salvaje (el virus del Ébola en África, el de Nipah en Malasia o el SARS en China, entre otros), lo que subraya la importancia de entender los factores que aumentan el contacto de los humanos con la vida salvaje para desarrollar enfoques predictivos de la aparición de nuevas enfermedades1.

Fuente: Isabel del Río

Existe consenso científico en que la aparición de estas nuevas enfermedades contagiosas está correlacionada, y viene impulsada principalmente, por factores socio-económicos, medioambientales y ecológicos. En particular, el origen de los sucesos producidos por patógenos zoonóticos procedentes de la vida salvaje está significativamente correlacionado con la pérdida de biodiversidad (desaparición de especies o implantación de especies invasoras) y aquellos causados por patógenos resistentes a las drogas están más correlacionados con las condiciones socioeconómicas (nuevas formas de explotación agrícola y ganadera, cambios en la industria alimentaria). En cualquier caso, el hombre parece estar detrás de los mismos peligros que lo acechan, otra forma alternativa de aplicar la conocida sentencia de Plauto y popularizada por Thomas Hobbes: «El hombre es un lobo para el hombre».

Drivers and locations of emergence events for zoonotic infectious diseases in humans from 1940 to 2005. (Fuente: Keesing et al. 2010) | Researchgate

Ya en 2010, un artículo del Departamento de Biología del Bard College, Annandale, New York2 publicado en la revista Nature recogía un amplio estudio sobre como impacta la pérdida de biodiversidad en la transmisión de las enfermedades infecciosas, área de investigación que recibe el nombre de “ecología de la enfermedad”. Ese mismo año se establecieron las bases para una nueva organización intergubernamental: La Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES)3, cuyo objetivo es valorar los cambios en la diversidad de la vida en la tierra y como esos cambios afectarán al bienestar del ser humano. Esta plataforma alerta sobre el riesgo de extinción de un millón de especies a un ritmo mil veces superior a la tasa de extinción natural, y establece como causas principales el cambio de uso del suelo o mar, la extracción de recursos, el cambio climático, la contaminación y la aparición de especies invasoras. Todas estas causas han sido relacionadas con la aparición de enfermedades infecciosas.

Fernando Valladares, investigador del museo de Ciencias Naturales y especialista en charlas sobre cambio climático, nos invita a reflexionar sobre los desafíos que este plantea en una serie de videos titulada «la salud de la humanidad». Desarrolla una magnífica labor divulgativa explicando los mecanismos de transmisión de patógenos debidos a la pérdida de biodiversidad, y apela al efecto protector de la naturaleza: «no hay sistema de salud nacional o internacional capaz de protegernos en la escala y con la fiabilidad que lo hace la naturaleza» escribe en su página web (www.valladares.info)4.

El efecto protector de la naturaleza se conoce desde la antigüedad y hace décadas que ha sido demostrado científicamente. Nos protege a través de mecanismos de control de las poblaciones de las especies, la presencia de muchas especies atenúa el crecimiento demográfico de aquellas que actúan como huéspedes de los patógenos. Por otro lado, la naturaleza también establece mecanismos de bloqueo basados en el hecho de que los patógenos acaban alojados en especies intermedias que no son adecuadas para su propagación (dilución) o en que la diversidad genética dentro de una misma especie favorece el desarrollo de resistencia es decir, que los individuos de la especie que no sufren la enfermedad son capaces de bloquear al virus (amortiguamiento). Por lo tanto, la disminución de especies o la existencia de poblaciones genéticamente empobrecidas suponen un riesgo de transmisión a humanos.

A los efectos de la pérdida de biodiversidad hay que añadir además el deterioro de los procesos ecológicos que amortiguan los cambios climáticos, contrarrestan la contaminación y frenan el avance de la enfermedad. Se ha demostrado, por ejemplo, que el polvo del desierto o la contaminación, además de ser causantes de afecciones respiratorias en los humanos, sirven como soporte para los virus facilitando su permanencia en la atmósfera y actuando como verdaderas autopistas a través de las cuales pueden desplazarse grandes distancias.

En 2018, la OMS incluía entre el listado de los patógenos infecciosos que representan una mayor amenaza para la salud global por su potencial epidémico la llamada “enfermedad X”5. Se trataría según la OMS de una epidemia internacional muy importante debida a un patógeno todavía desconocido, pero probablemente de origen animal, que podría aparecer con efectos devastadores. El doctor Alfonso Rodríguez-Morales, quien formó parte del comité de expertos del R&D Blueprint y estuvo presente en la sesión de la OMS de 2018 declaraba en una entrevista a BBC Mundo6 que «sin lugar a dudas el SARS-CoV-2 y la COVID-19 cumplen con los criterios de la enfermedad X”. Sin embargo, ahora que la COVID-19 ya está incluida en el nuevo listado de la OMS, la «enfermedad X» se mantiene en él dando nombre a lo que todavía está por venir.

“Tenemos que investigar de forma más significativa lo que ocurre en la interacción entre animales y humanos, lo que sucede en la naturaleza desde el punto de vista biológico con la presencia de agentes infecciosos en esas poblaciones” declaraba el doctor Rodríguez-Morales a BBC Mundo y agregaba “Si hubiésemos invertido más en esto, lógicamente se habrían podido tomar medidas más racionales e inteligentes para contener esta epidemia, sin lugar a dudas”.

Para Valladares, a pesar del esfuerzo de los sistemas de salud, estamos ante un gran fracaso, ya que «el éxito nunca será vencer a la enfermedad, el éxito será que no se llegue a producir».

Mientras el mundo entero sigue enfrentándose a la pandemia de COVID-19, el mundo científico advierte de que esta no será la última. De momento no nos queda otro remedio que resistir y aprender, pero sin olvidar que es necesario evaluar las consecuencia de la acción indirecta o directa de la actividad humana en esta emergencia. Mucho deberá cambiar nuestra forma de vida, puesto que el distanciamiento social y la higiene no serán suficientes para evitar la próxima «enfermedad X».