El final del imperio como ficción política

Rendición de Romulus Augustulus | Wikimedia
Rendición de Romulus Augustulus | Wikimedia

En el año 476 de nuestra era, el líder germano Odoacro depuso al último emperador del Imperio de Occidente. Es una fecha convencional que se tiene normalmente por el final de la antigüedad (junto a otras, por ejemplo, el cierre de la Academia platónica de Atenas en 529 en tiempos de Justiniano el grande). Pero  ¿cuán grande fue la impresión que causó en sus contemporáneos? Es decir, ¿fueron realmente conscientes los romanos de que su imperio caía? Quiere la tradición, en  una de esas piruetas irónicas de la historia y del destino, que el último emperador de occidente se llamase Rómulo Augústulo, es decir, “el pequeño Augusto”, con los nombres del primer rey de Roma y de su primer emperador, respectivamente (también el último emperador bizantino, que murió bravamente batiéndose con los turcos en el asedio de Constantinopla en 1453 se llamó Constantino, como el fundador de la Ciudad, He Polis, que inmortalizó su nombre).

En la práctica la pars occidentalis se hallaba ya fragmentada de hecho desde hacía tiempo en diversos reinos bárbaros

Pero el efecto en los contemporáneos no fue tan fuerte como, por ejemplo, la derrota de Valente en 378  ante los visigodos o el saco de Roma por Alarico en 410. Entonces sí que las fuentes de la época nos transmiten la consternación general. En el caso del 476, pese al gran cambio acaecido –que comportaría la fragmentación del imperio de Occidente en reinos germánicos– se continuó con una apariencia de “normalidad institucional” (como dirían hoy nuestros políticos). El hérulo Odoacro, en un gesto de sumisión al emperador de oriente, Zenón, envió las insignias imperiales a Constantinopla. El emperador de Oriente quedaba así también, al menos nominalmente, como emperador tutelar de Occidente. Para guardar las apariencias, a su vez, Zenón reconoció a Odoacro como magister militum de Italia, como si aún reinara sobre un Imperio unificado, cuando en la práctica la pars occidentalis se hallaba ya fragmentada de hecho desde hacía tiempo en diversos reinos bárbaros.

David Hernández de la Fuente es investigador del Dpto. de Historia Antigua de la UNED. Es Doctor en Filología Clásica y en Historia Social de la Antigüedad. Se especializa en Historia Cultural de la Antigüedad y sus líneas de investigación son: Religión y Mitología Griega (esp. Oráculos, Dionisismo y Pitagorismo), Sociedad y Literatura en la Antigüedad Tardía (Nono de Panópolis, poesía y sociedad protobizantinas), Tradición Clásica e Historia del Platonismo (Leyes y Neoplatonismo).