Comenzamos este año con dos grandes noticias relacionadas con la pandemia de la COVID-19. Una de ellas, el halo de luz que estábamos esperando, en la forma de la llegada al mercado de las esperadas primeras vacunas que protegerían a la población de la constante amenaza del coronavirus. Sin embargo, prácticamente al mismo tiempo, el virus se estaba preparando para contraatacar con todas sus fuerzas.
Desde el principio de la pandemia, hemos visto el proceso de la evolución a la máxima velocidad, una velocidad particular de los virus, relacionada con su rapidez de reproducción.
A estas alturas todos estamos más o menos acostumbrados a términos como variantes o mutaciones del virus y, muy posiblemente, todos nosotros habremos escuchado más de una vez aquello de que la pandemia de 2021 es “la ola de las variantes”.
Sin embargo, es muy fácil perderse en el océano de información y, por eso, hoy vamos a tratar de explicar qué son estas variantes, cómo aparecen y cuales son los riesgos de su presencia.
Mutaciones y variantes
Todos los virus mutan. Pensemos en la gripe estacional y cómo todos nuestros mayores y grupos de riesgo requieren una nueva vacuna cada invierno para protegerse de la nueva versión del virus que estará atacando en esa jornada. Estas mutaciones son cambios aleatorios en los genes del virus que, por casualidad, le permiten ser resistentes a nuestras barreras y, por tanto, ser capaces de atacarnos a través de ellas. Sin embargo, no todas las mutaciones que suceden en los virus les permiten ganar esa resistencia y habrá muchas mutaciones que se perderán en el camino por no ser útiles para el virus. Es un juego de ensayo/ error, donde solamente aquellos virus que contengan las mutaciones más beneficiosas para ellos progresarán en el tiempo y conseguirán infectarnos.
El caso del coronavirus es un caso muy particular ya que, su velocidad de infección y su tasa de transmisibilidad es tan alta, que le permite la ventaja de probar multitud de variaciones en sus genomas de forma muy rápida. Esto se traduce en una alta probabilidad de encontrar mutaciones ventajosas mucho más rápidamente y, esto es lo que estamos viendo en este nuevo año de la pandemia.
Estas mutaciones ventajosas pueden proveer al virus con mayor capacidad infectiva, incrementando las tasas de transmisibilidad, o pueden capacitarle con la habilidad de esquivar el reconocimiento de los anticuerpos que deberían protegernos de su infección. Esto último incluye, por supuesto, aquellos anticuerpos que se generan a través de la vacunación, traduciéndose en un menor efecto protector de las vacunas existentes. Estas mutaciones se han llamado “mutaciones de relevancia clínica o biológica” y son aquellas que van a formar parte de aquellas nuevas “variantes” o “versiones” del virus que van a tener mayor éxito en su propagación. Se consideran “variantes”, por tanto, las nuevas versiones del virus que contienen determinados cambios en sus genes que, por ser de valor evolutivo, se mantienen en el tiempo y se propagan.
La aparición de estas nuevas variantes del virus que contienen mutaciones ventajosas para su evolución tiene mucho que ver con dos factores: aquellas localizaciones donde el virus se encuentra fuera de control y, por tanto, la velocidad a la que puede mutar está favorecida y, la aparición de una amenaza para su existencia, como son las vacunas.
La llegada de las nuevas variantes y la respuesta internacional en la nueva etapa de la pandemia
Si bien el juego de las variantes comenzó prácticamente al inicio de la pandemia en 2020, la detección de los cambios genéticos del virus no era la primera prioridad de los países que debían establecer primero medidas de contención y regulación de su transmisión en sus territorios.
Al mismo tiempo, los científicos de todo el mundo unían sus fuerzas para aprender quien era el responsable de la pandemia, cuales eran sus características y posibles puntos débiles.
Parte de este esfuerzo se basa en la mejora en la compresión del contenido genético que constituye la identidad del virus. Para ello, los científicos se valen principalmente de un método denominado secuenciación que les permite conocer los genes que conforman el virus, al tiempo que identificar los cambios aparecidos en los diferentes especímenes del virus que son analizados.
Poco a poco, los diferentes laboratorios del mundo empezaron a acumular resultados de esta secuenciación que les permitieron establecer un árbol genealógico de los cambios aparecidos que les permitía rastrear los lugares en los que estas mutaciones aparecían y cómo se propagaban en el tiempo y el espacio.
En diciembre de 2020 el Reino Unido definió por primera vez una variante en investigación (VUI del inglés “variant under investigation”), debido a que ciertos estudios realizados en el sur de Inglaterra parecían indicar que esta versión del virus era capaz de transmitirse mucho más eficazmente y era la principal sospechosa de un incremento sustancial de casos esa zona. En menos de un mes, esta variante fue reclasificada como variante de preocupación (VOC, del inglés “variant of concern”) y se saltaron todas las alarmas para priorizar la contención de la propagación de esta nueva versión del virus.
Como resultado de la aparición de esta nueva peligrosa variante, los planes de navidad de miles de ingleses y residentes en el sur de Inglaterra se vieron cancelados de última hora y los viajes al extranjero limitados a casos muy específicos.
En el mundo comenzaron, entonces, a saltar las alarmas de que algo estaba cambiando en las reglas de la pandemia. El juego se estaba complicando.
Casi inmediatamente y de manera casi simultánea otras dos variantes de preocupación fueron reconocidas, una de ellas en Sudáfrica y la otra en Japón, en viajeros procedentes de Brasil.
Poco a poco las diferentes organizaciones encargadas de salud pública nacional e internacional, como en Centro de Control y prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos y la Organización Mundial de la Salud (OMS) empezaron a emitir comunicados en sus páginas web y a desarrollar todo un sistema de definición y rastreo de variantes de interés o de preocupación.
Si bien todo esto puede parecer caótico y sinsentido, tenemos que esforzarnos en pensar que estamos viviendo en persona la evolución del conocimiento científico en tiempo real. Observando décadas de estudios, investigaciones y desarrollo de estrategias de organización del conocimiento, todo ello empaquetado en días.
Todos los equipos del mundo de expertos en cualquier tipo de ciencia, desde estudiosos de estructura de la materia, hasta paleontólogos expertos en árboles genealógicos, están aunando fuerzas para ayudar a la mejor comprensión de este virus y su evolución.
La variabilidad de nombres para las nuevas variantes y la diversidad de clasificaciones
Desde la aparición de la primera variante de preocupación hasta el momento presente, la aparición de nuevas variantes de riesgo ha resultado casi constante y, a pesar de los esfuerzos de todas las diferentes asociaciones nacionales e internacionales, todavía no se ha llegado a un consenso en su clasificación o su nomenclatura.
Desde el principio, multitud de plataformas internacionales de investigadores, con experiencia en evolución de especies y herencia genética comenzaron a trabajar en la evolución y los cambios en los genes que aparecían en los genomas secuenciados del coronavirus, creando grandes bases de datos y desarrollando modelos de evolución. Como consecuencia de esto, diferentes equipos pioneros en el rastreo de adquisición de mutaciones comenzaron a dar nombres a los nuevos linajes de coronavirus que iban desarrollándose para poder rastrear dichos cambios.
Por el momento, existen cuatro grandes nomenclaturas en juego, aquella otorgada por el cuerpo encargado de la salud publica en Inglaterra (PHE, del inglés “Public Health England”), y las tres bases de datos científicas Nextstrain, PANGO y GISAID.
Como resultado, observamos que, dependiendo de la base de datos que estudiemos, nos encontraremos con nombres diferentes para denominar una misma variante, lo que puede crear confusión en la población y, en algunos casos, en los propios científicos. Así, por ejemplo, la primera variante de preocupación detectada en el Reino Unido es conocida, al mismo tiempo, como VOC-20DEC-01, en la nomenclatura propuesta por PHE, 20I-501Y.V1, según Nextstrain y B.1.1.7, según PANGO.
Debido a que el incremento de variantes en observación se está acumulando rápidamente, la OMS está preparando un sistema para la nomenclatura de variantes común para todos, de forma que sea inequívoco y menos complejo que el actual.
Si bien, la variabilidad en la nomenclatura de variantes puede hacer bastante confusa la información que nos llega diariamente acerca de la situación de la pandemia, éste no es el único obstáculo que nos encontramos en una situación que, a pesar de ser de efecto global está gestionada de manera mucho más local.
Por supuesto, existe una necesidad a nivel nacional, por parte de cada país, de proteger a sus ciudadanos prioritariamente y, como resultado, el nivel de riesgo de las diferentes variantes es variable dependiendo del país en el que nos basemos. No serán considerada igualmente peligrosa una variante en un país donde apenas ha llegado y no se ha extendido que en otro país donde se está extendiendo rápidamente. Esto hace que, por ejemplo, las variantes clasificadas como variantes de preocupación por el CDC estadounidense no sean las mismas que las presentes en PHE en Reino Unido.
Por su parte, la OMS, como organismo responsable de la perspectiva global, muchas veces no presentará en sus informes variantes que pueden ser consideradas peligrosas pero que, por el momento estén afectando espacios muy locales.
Es por eso crucial estudiar los movimientos de las variantes, las vías de transmisión, cómo viajan y cómo se distribuyen, para poder conocer el verdadero riesgo que traen asociado.
El papel de las pruebas de PCR como detectores de variantes de riesgo
Resulta evidente, por tanto, la relevancia del rastreo en la identificación y contención de las diferentes variantes de riesgo y parece lógico afirmar que la mejor herramienta con la que contamos en su búsqueda es la secuenciación. El mes pasado, la revista científica de prestigio Nature publicó que se había traspasado ya el millón de secuencias publicadas en la base de datos GISAID, lo que da una idea de la inmensidad del esfuerzo que se está realizando en la lucha contra el coronavirus. Sin embargo, la secuenciación es una técnica de gran complejidad técnica y elevado coste asociado que hace que los esfuerzos internacionales sean tremendamente desiguales.
La capacidad de los laboratorios de los diferentes países para secuenciar muestras de pacientes infectados para la detección de las diferentes variantes de riesgo es muy variable, lo que hace que exista mucha menos información de la evolución del virus en los países con menos recursos. Un riesgo que nos afecta a todos. Esto ha forzado a farmacéuticas e investigadores a desarrollar herramientas alternativas que permitan la detección de las variantes de riesgo de manera más rápida, sencilla y barata, dándole un nuevo uso a las ahora ya archiconocidas pruebas de PCR.
Inicialmente, las pruebas de PCR (del inglés “polymerase chain reaction”) se estaban utilizando como mecanismo de diagnostico de presencia del virus en pacientes, sin proveer ninguna información adicional acerca de la variante que cada paciente podría estar portando. Sin embargo, gracias a nuevos avances de la ciencia, ahora es posible detectar si el paciente de COVID-19 es portador de una de las variantes de preocupación o en investigación que han sido previamente establecidas.
Esto hace que todos los esfuerzos y recursos puestos a disposición de la secuenciación se mantengan centrados en la monitorización de posibles nuevos cambios peligrosos en el virus, mientras la PCR permite establecer mejor reconocimiento de la propagación de las diferentes variantes de riesgo.
Una de las grandes diferencias entre las técnicas de PCR y de secuenciación es que mientras esta última se encarga de leer identificar toda, o la mayoría de la información genética de una muestra vírica, la PCR solamente detecta cambios específicos en el genoma. De esta forma, científicos de todo el mundo se encargan día a día de encontrar las huellas dactilares de las diferentes variantes de riesgo, aquellos pequeños cambios en el material genético que las hacen únicas y reconocibles, y desarrollan herramientas precisas de uso en test de PCR para detectar dichos cambios.
La nueva realidad de la pandemia
Desde la aparición de la primera variante de preocupación nos encontramos en una nueva etapa de la pandemia. Una que, al igual que la anterior, llega cargada de dudas y preguntas sin respuestas inmediatas, dolorosos enigmas que deben ser resueltos por la ciencia en tiempos récord.
Estas variantes se transmiten más deprisa, esquivan nuestras vacunas y reinfectan a antiguos pacientes. Atacan más gravemente y ponen en peligro a grupos de edad más jóvenes.
En un momento en el que nuestros países se estaban preparando para eliminar las restricciones y abrir el camino hacia la normalidad, nos encontramos sembrados en la duda, y con una nueva amenaza acechando en cada vuelo y en cada abrazo.
Ahora, igual que antes, y más que nunca, nos corresponde ser responsables, mantener medidas de seguridad, extremar la higiene y cuidar los unos de los otros. Porque la COVID-19 sigue entre nosotros, preparada para volver a crecer.