Los menores aprenden y aportan cuando participan en las decisiones municipales

Javier Morentin-Encina, UNED – Universidad Nacional de Educación a Distancia y María Barba Núñez, Universidade da Coruña

Las personas necesitamos formar parte de nuestra comunidad, ser aceptadas y reconocidas por el grupo, contar con una red de apoyo, que nuestros intereses y opiniones sean valorados y poder definir con otros nuestras realidades de vida. Es lo que se conoce como el derecho a la participación social, pero no todas las personas tienen reconocido este derecho.

Quienes trabajan en la mejora de la calidad de vida y en la reducción de las desigualdades sociales coinciden en considerar la participación como un indicador clave de inclusión.

La participación de los niños

En nuestra sociedad hemos evolucionado en la forma de entender la infancia, superando miradas que entienden a los niños y niñas como los “aún no” (aún no tienen madurez, aún no tienen criterio, aún no saben lo que quieren, aún no pueden decidir).

Iniciativas como la ciudad de los niños del psicopedagogo italiano Francesco Tonucci, las Ciudades Educadoras (AICE) o las Ciudades Amigas de la Infancia (CAI-UNICEF) reivindican un papel más activo de la infancia como ciudadanía activa.

En estas experiencias, los consejos de participación de la infancia y la adolescencia funcionan como órganos de gobierno local que buscan garantizar la inclusión de niñas, niños y adolescentes en la toma de decisiones y el impulso de iniciativas en su municipio. El objetivo es doble: mejoran la gobernanza, al incorporar su mirada, y les educan para la participación.

Enlace entre ayuntamiento y niños

La edad de sus integrantes suele oscilar entre los 8 y los 16 años. Como miembros del consejo, asumen la función de representar a la infancia de su municipio, haciendo de enlace entre las niñas y los niños de su escuela o barrio y el gobierno local.

Desde las concejalías, les piden colaboración en aspectos como el diseño de espacios públicos, la elaboración de la programación cultural, la definición del plan de infancia municipal, etc.

En otras ocasiones, son las propias niñas y niños quienes acercan sus propuestas, en torno a temas que les afectan, tal y como podemos ver en experiencias como la del ayuntamiento de Teo, en la que reclaman espacios de encuentro libres de tecnologías.

Un equipo de la Universidad de Barcelona, la UNED, la Universidade da Coruña y la Universidad de Sevilla hemos estado investigando en torno a la infancia y participación, con el fin de generar propuestas para una ciudadanía activa e inclusiva en la comunidad, las instituciones y la gobernanza.

En el estudio han participado niñas, niños, personal técnico y político de 179 municipios pertenecientes a las redes AICE y CAI-UNICEF, con quienes hemos contado para reflexionar sobre participación e inclusión.

Una oportunidad para la inclusión

La participación infantil es una vía clara de inclusión social de un colectivo que, tradicionalmente, ha sido situado al margen de los espacios de acción comunitaria y de toma de decisiones. De igual modo, debemos conseguir que espacios de participación como los consejos sean, a su vez, inclusivos.

Es importante prestar atención a que estén representadas aquellas niñas y niños más vulnerables (por nivel socioeconómico, diversidad funcional, procedencia, etnia, edad, género, diversidad sexual, territorio o condiciones de vida singulares). Evitaremos así que se conviertan en espacios homogéneos que no representan la diversidad de los intereses de la infancia.

Con inclusión nos referimos a los dos niveles: el de garantizar el acceso a oportunidades de participación haciendo frente a barreras físicas, económicas, territoriales, etc., y un segundo nivel de inclusión en el funcionamiento de los órganos, de manera que se cuide la igualdad de oportunidades en las relaciones y la toma de decisiones y se construyan dinámicas de buen trato.

Estrategias inclusivas

El sistema educativo formal, escuelas e institutos, es una de las claves principales para asegurar esta inclusión. En primer lugar, como organizador de las elecciones mediante las que los niños eligen democráticamente a sus representantes. Además, como garante de la representación de ambos géneros.

Es fundamental también la colaboración con entidades del territorio que trabajan con esas infancias más vulnerables (centros o entidades de diversidad funcional, servicios sociales, entidades de protección a la infancia, colectivos LGTBIQ+ o de otra índole) y las acercan a estos espacios de participación.

Para asegurar la inclusión dentro del órgano municipal, este puede abrirse a la participación de diferentes colectivos que ofrecen formación previa al proceso de participación, proporcionando diferentes recursos para la mejora de la comunicación, la empatía, la asertividad y las habilidades sociales.

Por último, otra de las medidas destacadas para asegurar la inclusión es la difusión de información. Gracias a ello, tanto el alumnado como los diferentes centros educativos sienten que sus decisiones son conocidas por la comunidad y ello les motiva a seguir participando, pues se visibiliza lo que se ha ido haciendo y consiguiendo en estos órganos de participación.

Voces escuchadas, voces incluidas

Para poder formar parte y sentirnos reconocidos, necesitamos poder participar de las decisiones que nos afectan. La participación social es clave para fomentar la inclusión.

A través de las estrategias ofrecidas por los centros educativos y los órganos de participación podemos lograr que las voces silenciadas de la infancia formen parte en la toma de decisiones de su comunidad.

Javier Morentin-Encina, Personal Docente e Investigador en UNED, UNED – Universidad Nacional de Educación a Distancia y María Barba Núñez, Personal docente e investigador. Área de Teoría e Historia de la Educación, Universidade da Coruña

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.