[vc_row][vc_column][vc_column_text]
«Observar Laguna Brava, a 4.400 m de altitud, fue algo verdaderamente espectacular. Sufrí el síndrome de Stendhal, aplicado a la contemplación de tanta geología». Así resume Jesús Francisco Jordá, profesor de departamento de Prehistoria y Arqueología de la UNED, su paso por esta reserva natural de Argentina.
Ocurrió el pasado mes de abril, al acabar el Congreso Nacional de Arqueología Argentina, cuando los organizadores llevaron a los asistentes a Laguna Brava, situada en el extremo noroeste de la provincia de La Rioja, en el límite con Chile.
“La zona se caracteriza por su altitud y por su paisaje de cordillera con volcanes y lagunas salinas, en el marco de un clima muy riguroso. Fue zona de paso de los incas, los españoles para conquistar Chile y las columnas del general San Martín para liberar las tierras chilenas de los realistas. Además cuenta con una serie de refugios de piedra construidos en el siglo XIX para dar cobijo a comerciantes de ganado que atravesaban la cordillera”, explica Jordá.
Para llegar a la zona hay que atravesar la llanura riojana y penetrar en la cordillera a través de una serie de cañones y puertos “de espectacular belleza, sobre todo desde el punto de vista geológico, donde la carretera desaparece en ocasiones durante kilómetros debido a las fuerzas de la naturaleza”.
El profesor de la UNED recuerda también el calor que todavía imperaba en el inicio del otoño austral. La primera noche entró en un gran quiosco en busca de postales. Le atendió su dueño, que además era fotógrafo. Como postales no tenía, le regaló un montón de fotos positivadas con vistas de los paisajes de la zona. “Tenía una agradable conversación. Todas las noches de mi estancia riojana me pasaba por su quiosco después de cenar para charlar con él y tomar unas cervezas Quilmes muy frías”, recuerda Jordá, que se doctoró en Geología en la Universidad de Salamanca.
Capillas en la altura argentina
Otra de las cosas que llamó la atención del profesor fueron los numerosos santuarios dedicados al Gauchito Gil y a la Difunta Correa –dos personajes históricos por los que los argentinos sienten verdadera devoción–, que podían encontrarse al subir a Laguna Brava.
“Hay varias versiones sobre la historia del Gauchito Gil, que vivió entre 1840 y 1878. Una de ellas lo describe como un gaucho adorador de San La Muerte que se vio inmerso en las guerras civiles argentinas y que desertó del bando en el que lo reclutaron, por lo que fue colgado y degollado. Antes de morir advirtió a su ejecutor de que su hijo estaba gravemente enfermo y así este consiguió salvarle la vida”, relata.
En agradecimiento, el ejecutor dio sepultura al gaucho en el lugar donde poco después se levantó un santuario –situado en la provincia de Corrientes–, que actualmente recibe cientos de miles de peregrinos.
Por su parte, la Difunta Correa fue la mujer de un campesino alistado a la fuerza para luchar en la guerra civil argentina de 1840, al que siguió por el monte con su hijo lactante. Una noche, la mujer murió de sed y cansancio, pero su hijo fue descubierto con vida por unos arrieros. Estos dieron sepultura a la difunta y se llevaron al hijo, que poco después murió, por lo que volvieron sobre sus pasos y lo enterraron junto a su madre.
“Alrededor de las tumbas se levantó una capilla donde ahora peregrinan cientos de miles de personas. Además hay multitud de capillitas con su efigie por todas las carreteras, donde sus devotos depositan como ofrendas enormes botellas de plástico llenas de agua para que no pase sed”, detalla Jordá. “Pueden verse verdaderas montañas de plástico al lado de las capillas”.
Este artículo ha sido publicado originalmente en Agencia SINC.
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]